22.5.08

Javier Echevarría / Los Señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno

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Prólogo

Este ensayo afirma que durante el siglo XX se ha ido generando una nueva forma de organización social que tiende a expandirse por todo el planeta, transformándolo en una nueva ciudad: Telépolis. Las naciones y los Estados van dejando de ser las formas determinantes de la vida social, aunque todavía conservan una cierta influencia sobre los ciudadanos. Telépolis se sustenta en una nueva forma de economía, el telepolismo, que convierte los ámbitos privados en públicos y puede transformar el ocio en trabajo y el consumo en producción. El escenario principal de la economía telepolista son las casas: allí se generan los capitales y las nuevas mercancías que sustentan el funcionamiento de la nueva ciudad.Los medios de comunicación, y en particular la televisión, constituyen parte de la infraestructura de Telépolis, conjuntamente con otras tecnologías de teleconexión. Telépolis existe en la medida en que los ciudadanos se interrelacionan a distancia, bien sea directa o indirectamente. En su manifestación actual, la mayoría de los ciudadanos (los telepolitas) tienen una participación puramente pasiva en la vida social: son espectadores. Sin embargo, también se van desarrollando otras formas de vida telepolitana (por ejemplo, el correo electrónico) que posibilitan su participación activa y su organización en grupos de libre elección.Durante los últimos años han abundado las críticas y los debates sobre la influencia de los medios de comunicación. A lo largo de dichos estudios y polémicas se han abordado, sin duda, temas importantes. El presente ensayo trata de aportar una nueva perspectiva de análisis, al afirmar que esos fenómenos mediáticos constituyen una de las manifestaciones de una nueva forma de organización social, fuertemente pujante y con tendencia a imperar sobre todo el planeta.El primer capítulo parte de una ficción (parcial), al dar por ya construida la nueva ciudad, y utiliza un recurso metafórico para habituarnos a pensarla: las regiones y los países son simples manzanas y barrios de Telépolis. También se analiza lo que son las plazas, las calles, los mercados, las casas y los cementerios de la nueva ciudad, en tanto formas características de la vida social. El segundo capítulo está íntegramente dedicado a estudiar los fundamentos de la economía en la que se sustenta Telépolis y a ejemplificar su funcionamiento en una serie de ejemplos: el consumo productivo de los medios de comunicación, el turismo, las votaciones, la capitalización de los nombres propios y, finalmente, el nuevo tipo de «cuerpo» que tiende a crear Telépolis. El tercer capítulo afronta la valoración crítica de la nueva ciudad, tratando de evitar fáciles maniqueismos. Hay poderosos argumentos para estar en contra de Telépolis, pero también para estar a favor. Lo importante es que los seres humanos asuman su condición de ciudadanos de una nueva polis y comiencen a participar activamente en su organización y en la determinación de su destino. Al final se ofrece un Apéndice en el que se comenta alguna propuesta anterior, como la de la Aldea Global de McLuhan, que pudiera parecer similar a la realizada en esta obra, con el fin de clarificar las diferencias entre unas tesis y otras.La elaboración de estas ideas se remonta a varios años atrás, y en su discusión han participado numerosas personas. Habiendo trabajado el autor en la Universidad del País Vasco desde 1978, un debate privado con Aurelio Arteta y con Fernando Savater sobre ETA y los medios de comunicación posibilitó la redacción de un primer escrito en el que se esbozaban algunas de las tesis que se desarrollan en el capítulo 2 si bien los ejemplos ahora elegidos son diferentes. Ulteriormente, un ciclo de conferencias y tertulias sobre «Crítica de los medios de comunicación», organizado por el autor en el marco de los Festivales de Navarra, permitió una mayor profundización en numerosas cuestiones relativas a los media. Agradezco a José María Aranaz y a Pedro Manterola la oportunidad que se me dio para plantear públicamente estas cuestiones.Mi propia experiencia como telepolita, sobre todo a raíz de diversos viajes a Estados Unidos de América, ha resultado ser decisiva en la progresiva cristalización de las ideas que aquí se exponen. La lectura de diversas obras y artículos sobre los medios de comunicación de masas, junto con el comentario continuado de noticias y sucesos con varias personas, fueron afinando los argumentos. Belén Altuna, a quien está dedicado este libro, ha sido mi principal interlocutora en todo este proceso de reflexión. Habiendo vivido en común pese a la distancia geográfica, nuestra casa ha estado formada por estancias separadas en el espacio y en el tiempo: acaso por ello hemos tenido mayor sensibilidad con respecto a los fenómenos telepolitanos. Otros amigos, como Pedro Arrarás, Lourdes Auzmendi, Óscar Gonzalez, Ángel Gonzalez, Luis Lizasoain, María Jesús Maidagán, Raquel Malla, Héctor Subirats y Yosu Yurramendi, han contribuido con sus observaciones y críticas a que los sucesivos borradores fueran creciendo y mejorando.Una conferencia de Félix de Azúa en San Sebastián sobre «El artista y la ciudad», junto a la conversación ulterior con él y con Virginia Careaga, supuso la primera ocasión para que me animara a organizar todas esas sugerencias dispersas y a redactar un primer artículo sobre «Telépolis», que posteriormente fue publicado en la revista Claves de la razón práctica en diciembre de 1992. Dicho artículo constituye la base del primer capítulo de este ensayo. La Universidad de Verano de Maspalomas (septiembre de 1992) me permitió exponer y debatir públicamente estas ideas, a invitación de Román Reyes y de Gabriel Albiac. Agradezco a Francisco Jarauta los ánimos que me dio para ponerlas por escrito y publicarlas en forma de libro. Tanto él como Jesús Arpal, Félix de Azúa, Pablo Fernández-Flórez, Emilio Lledó, Rafael Sánchez Ferlosio y Ramón Valls se tomaron el trabajo de leer detenidamente la primera redacción de este ensayo, sugiriéndome diversas correcciones y mejoras, parte de las cuales han sido incorporadas al texto. La redacción final tuvo lugar en Madrid, con ocasión de una estancia investigadora en el Instituto de Filosofía del CSIC, a cuyo director, Reyes Mate, agradezco las facilidades recibidas.A lo largo de todo este proceso de elaboración del ensayo que ahora se publica, no han faltado las críticas ni los desacuerdos. Las menciones precedentes no implican, por consiguiente, ningún tipo de identificación con cuanto aquí se escribe. El autor se hace responsable único de las insuficiencias y de los errores que puedan venir a continuación.


Capítulo 1. Introducción

(1)1.1. La nueva Polis


La emergencia de las metrópolis (Londres, París, Nueva York, México D.F., Tokio, etc.) y la progresiva emigración desde el campo y desde los países pobres a las grandes ciudades constituyen dos de las peculiaridades más importantes de la sociedad contemporánea. Habiendo precedentes históricos de migraciones de pueblos enteros y de enormes aglomeraciones urbanas (Babilonia, Roma, Pekín, etc.), las metrópolis han estado caracterizadas por la fuerte presencia de la industria en su vida económica y social, frente al predominio de los mercados y de los comercios en las ciudades clásicas. Aunque la extracción de las materias primas y la producción propiamente dicha hayan tenido lugar fuera de las metrópolis, la comercialización, la gestión y la capitalización de la producción industrial se concentró casi siempre en las ciudades, dando lugar a las grandes aglomeraciones urbanas.La segunda mitad del siglo XX está dando lugar a la aparición de una nueva forma de coexistencia entre los seres humanos, que ya no está basada en la concentración de grandes masas de población en un territorio más o menos extenso, sino en su dispersión geográfica. A pesar de esta diseminación territorial, los lazos ciudadanos van siendo lo suficientemente estrechos como para que se pueda hablar de una nueva forma de polis, la ciudad a distancia, a la que podemos llamar Telépolis. La estructura espacial, topológica y métrica sobre la cual se asienta es completamente distinta a la del recinto cerrado con puertas y salidas controladas que caracterizó a la ciudad?estado griega y renacentista, al domus romano, al burgo medieval y a la ciudad moderna. Las metrópolis generaron cinturones industriales y ciudades-dormitorio y rompieron con la distinción tradicional entre intramuros y extramuros, dando lugar a las áreas metropolitanas abiertas. Se instituyó así un primer principio de distanciación espacial entre unos y otros ciudadanos; pero no se alteró el concepto de circunscripción territorial, que ha regido las propias reglas de contabilización de los votos y la instauración de una democracia de convecinos, conciudadanos y compatriotas, que Telépolis habrá de cambiar en breve plazo.Desde el punto de vista metropolitano, los aeropuertos, las estaciones de autobuses y de ferrocarriles, junto con los diversos cinturones de autovías, han seguido desempeñando el papel de las antiguas puertas de entrada en la ciudad y de los caminos y vías que llevan a ella. Telépolis, en cambio, no está asentada sobre un territorio bidimensional que pudiera ser cercado por círculos concéntricos y vías de salida, ni es reducible a un conjunto de volúmenes edificados sobre dicha planta: no tiene perspectiva visual, ni geografía urbana dibujable sobre un plano. Es multidimensional por su mismo diseño y ni siquiera desde las alturas es posible acceder a una visión global de la nueva ciudad. Para orientarnos mínimamente en ella ya no valen los antiguos planos de ciudades: hay que recurrir a múltiples bases de datos, cada una de las cuales nos ofrece tan sólo un corte o aspecto. Las posibles delimitaciones que se propongan en la nueva ciudad ya no estarán basadas en la distinción entre interior, frontera y exterior ni por lo tanto en las parcelaciones del territorio sino en estructuras reticulares, arborescentes e incluso selváticas, sin perjuicio de que en la inmensa complejidad venidera podamos llegar a distinguir nuevas formas de identificación y de clasificación rigurosamente estructuradas, al par que eficaces por su presencia social.Para comenzar a indagar esta nueva estructuración del espacio social, utilizaremos inicialmente un recurso puramente metafórico, mostrando que las componentes clásicas de una ciudad (sus casas, sus manzanas, sus barrios, sus calles, sus plazas, sus subterráneos, sus cementerios, sus vías de salida y de entrada) han cambiado radicalmente al dejar de primar un concepto extensional de la polis y al modificarse su estructura topológica. En este primer capítulo, que pretende ser más sugerente que riguroso, se trata de mostrar, por medio de una traslación comparativa entre distintos conceptos urbanísticos y geográficos, la inadecuación de esos mismos conceptos a la hora de representarnos la estructura del hábitat que nos circunda, y que engloba ya todo el planeta.


1.2. Los barrios


Supongamos una transmutación geográfica en la que las regiones geográficas clásicas, representadas tal y como aparecen en los planos, quedaran reducidas a simples manzanas de casas en una ciudad, los países se convirtieran en barrios y las cordilleras, ríos, océanos y restantes fronteras naturales pasaran a ser simples líneas divisorias entre unos barrios y otros. En virtud de la misma transformación topológica, podríamos concebir que un vuelo transoceánico equivaliese a pasar un puente sobre un río caudaloso; recorrer un desierto, una selva o una cordillera sería como atravesar un solar no edificado, un parque o una muralla medieval; la travesía del Canal de la Mancha por el túnel actualmente en construcción sería (y será) un viaje similar a tomar un tren de Metro que vaya de la Rive Gauche a la Rive Droite en el París actual.Conforme a esta propuesta, desplazarnos como turistas a Hong Kong o a Corea supone adentrarnos por el cinturón industrial de Telépolis, por ejemplo en un avión de cercanías. Hoy por hoy, algunas zonas de África o de Siberia serían polígonos que quedan todavía por urbanizar y construir, la deforestación del Amazonas podría ser comparada al proyecto de edificación de una urbanización de lujo y la Antártida sería el gran lago de la ciudad capa de ozono y aire puro incluidos. Mas allá de los confines de la gran polis, marcados por las nuevas columnas de Hércules, que no son otras que los satélites artificiales que pululan por la atmósfera, sólo algunos navegantes se han atrevido a desplazarse: las sondas enviadas por los Centros de Investigación Espacial para explorar ese nuevo Océano Espacio?Temporal nos indican que su profundidad es inmensa, de muchos años luz, y que los islotes (planetas y estrellas) que están a la vista de nuestros telescopios anticipan la existencia de tenebrosos abismos (los agujeros negros), zonas tormentosas de gran aparato eléctrico y gravitatorio (las supernovas), mares de los sargazos (meteoritos), archipiélagos (las galaxias), etc. Todo ello sin olvidar que la ciudad que habitamos (la Tierra) tiene la propiedad de girar en torno a un polo o eje (el Sol) constituido por una de las zonas tormentosas antes aludidas, que a su vez se desplaza en torno a otros accidentes gravitatorios y energéticos relativamente localizables en la inmensidad del Nuevo Océano.Dentro de esta escenografía cosmológica en cuyo marco habitamos una gran ciudad de forma esférica, conviene dilucidar la estructura urbanística que los seres humanos han construido y en la que han de vivir durante el próximo siglo, si alguna catástrofe no lo impide. Conforme al procedimiento de traslación metafórica ya ejemplificado en lo que precede, centraremos ahora nuestra atención en algunas de las componentes más importantes y llamativas de la naciente Telépolis: empezando por las plazas, en donde tradicionalmente se llevó a cabo la vida pública, siguiendo por las casas, ámbito por excelencia de la vida privada, y terminando con las calles, en las que la metáfora que usamos como clave de acceso inicial a Telépolis comenzará a mostrar sus límites.


1.3. Las plazas


Para los griegos el centro de la polis era el ágora, o plaza en donde se trataban y resolvían los más diversos asuntos públicos. Abierta en principio a todos los ciudadanos, no hay que olvidar que también había esclavos que, si bien podían circular y observar cuanto sucedía en el ágora, de ninguna manera tenían derecho a participar en los debates, ni mucho menos en las votaciones que se llevaban a cabo para tomar las correspondientes decisiones políticas. El ámbito social que más se asemeja en la actualidad al ágora clásica es sin duda el espacio televisivo, o en general el de los medios de comunicación. Todo lo que tiene alguna relevancia ocurre allí, ante la contemplación pasiva de la inmensa mayoría de ciudadanos. La promesa de una televisión interactiva, como veremos en el capítulo 3, equivale de alguna manera a la liberación de los teleesclavos, relegados hoy en día a trabajar para Telépolis sin tener derecho a voz ni a máscara en el ágora: sin ser personas.Nadie en su sano juicio dudaría de que los mass?media constituyen el escenario por antonomasia para la cosa pública. Pero aquí no sólo nos estamos refiriendo a la radio, a la prensa y a la televisión, sino a la posibilidad de transferir sistemas de signos a distancia, independientemente del soporte que los sustente y de su sistema de distribución. En este sentido, hablaremos de teletexto mejor que de prensa, incluyendo en dicho concepto el telégrafo, el correo electrónico y la transferencia de datos, utilizaremos el término telesonido para englobar la radio, el teléfono y los sistemas tecnológicos de difusión de la voz y de la música grabada previamente; y denominaremos en general teletopía a la estructura de lugares a distancia que ya es operativa y vigente, y que comienza a ser interiorizada mentalmente por los ciudadanos de la nueva polis.Sin embargo, la televisión (o la tele?imagen en general, que incluye la fotografía, pero también las imágenes por ordenador, en tanto éstas pueden ser instantáneamente transmitidas a distancia) resulta ser el caso más paradigmático de esta Nueva Ágora construida mediante los medios de comunicación a distancia, motivo por el cual centraremos nuestro análisis y nuestros comentarios en torno a esta escenificación televisual de la vida pública que se ha impuesto a ritmo vertiginoso en los últimos años. Ámbito en donde, por cierto, el mercado se ha implantado en sus expresiones mas desarrolladas: resulta claro actualmente que los gobernantes, los parlamentarios, los obispos, los generales e incluso los jueces (es decir, los poderes clásicos) han pasado a ser actores televisuales de sus propios discursos, acciones y decisiones. Presentes en la Nueva Ágora, han de compartir el espacio, que resulta ser muy caro, con otros actores provenientes de distintas profesiones sociales (cantantes, deportistas, ideólogos, cocineros, apostadores, negociantes, etc.), que también tienen a la pequeña pantalla como su principal ámbito de actuación pública. La importancia de una u otra profesión, o de una u otra persona, viene dada por sus respectivas cuotas de aceptación y de audiencia, lo cual suscita una competencia generalizada por ganar el favor de los telepolitas. En la Nueva Ágora los deportistas no son menos importantes que los políticos, ni los cantantes y artistas de cine desmerecen de los sacerdotes o militares por su grado de influencia social. Sin embargo, las jerarquías siguen existiendo: basta con recordar cómo se interrumpe cualquier espacio televisado cuando algún prohombre de la política, de la religión o de los ejércitos ha sido asesinado. No en vano unos inciden en mercados mucho más poderosos que otros. Una rueda de prensa de un ministro de Economía puede generar muchos millones de beneficios (o de pérdidas) a los especuladores monetarios, por poner un ejemplo.La guerra y la estrategia militar (o terrorista, o antiterrorista) se desarrollan antes que nada: televisualmente, al igual que la política. Una cadena televisiva centrada exclusivamente en los llamados servicios informativos, como la CNN norteamericana, podría ser comparada con el Coliseo clásico a la hora de retransmitirnos en directo una guerra o un golpe de Estado: bastaría con que antes de iniciar la retransmisión en directo del conflicto armado se pusiera en boca de los futuros héroes o cadáveres aquel «morituri te salutant» que daba sentido al gozo ulterior de los ciudadanos romanos en las contiendas entre gladiadores en el circo. En cambio, un canal por cable que sólo transmita espectáculos deportivos remedaría al antiguo estadio de Olimpia; o al de Epidauro, si se dedicara al teatro y a la ópera.Nadie duda de que el Senado de la República clásica ha sido transferido tal cual al espacio televisivo, ni de que la nueva corte existe y ejerce su influencia a través de los medios de comunicación. Las propias iglesias han instituido el teleculto, que sustituye el viejo campanario por la torre de telecomunicaciones que culmina las manzanas de Telépolis. El actual papa de los católicos, por ejemplo, es un excelente teleactor: véanse si no sus Misas de Nochebuena, o sus concelebraciones, o sus discursos a los peregrinos, o sus besos al asfalto al pisar como visitante cualquier país. La televisión pública italiana ha llegado a programarle a diario con un espacio propio, para que el Espíritu Santo y la voz de Dios no carezcan de telesonido. La pequeña pantalla es el nuevo púlpito donde hablar urbi et orbe. Claro signo de que la polis está cambiando.La existencia de esta Gran Ágora no impide, sino todo lo contrario, que los barrios posean también sus pequeñas plazas públicas, sus teatros y sus recintos deportivos: los medios de comunicación de ámbito estatal, regional o local son como los antiguos locales de cine, los videos comunitarios y los proyectores domésticos, respectivamente. Políticos, sacerdotes, agentes del orden y sabios locales reproducen a la perfección a pequeña escala lo que es regla y principio de funcionamiento del ágora a la que nos estamos refiriendo. O dicho de otra manera: las antiguas corralas, patios de vecindad o asambleas de comunidad de vecinos han pasado a ser escenificadas también a distancia, sin perder por ello su sabor íntimo y local.La nueva forma de coexistencia social muestra un rasgo verdaderamente fundamental: su universalismo. Se es telepolita por el mero hecho de salir a la plaza o de abrir el balcón, es decir, por enchufar la televisión o por entrar en contacto telemático con algún colega o fuente de información. Usar el mando a distancia es como darse un paseo. Si queremos orientar nuestros pasos por paisajes naturales, nos basta con ver un documental sobre la vida de los animales. El nuevo Acuario son los filmes sobre el fondo del mar. En general, nunca ha habido Naturaleza tan bella como la que Telépolis presenta con orgullo.Si queremos ir de compras, no hay de qué quejarse. El mercado de la nueva ciudad está abundantemente surtido: para que funcione a la perfección se ha inventado la telemoneda, en forma de tarjetas de crédito. Se encarga la compra por teletexto o telesonido, siempre con todas las garantías de devolución de la mercancía si a uno no le satisface. Al atardecer puede ir uno al cine, al teatro o disfrutar de un programa de variedades. Por la noche, la actividad de Telépolis no cesa, y siempre está programada a gusto del consumidor. No hay como pasear por sus calles y plazas usando como bastón el mando a distancia: varita mágica que le traslada a uno instantáneamente desde la iglesia a la sala de fiestas, desde el estadio al cine o desde la montaña al bazar. ¡Y todo ello sin traspasar la puerta de casa!Tampoco hay que olvidar que uno puede entretenerse en el ágora oyendo discutir a los más variados charlatanes (políticos, intelectuales, tele?predicadores), escuchando la narración de historias y cuentos (telenovelas, series policíacas, narraciones de terror), ilustrándose (programas culturales, universidades abiertas),aprendiendo a cocinar o viendo jugar en un rincón del ágora a un grupo de profesionales de algún deporte. La educación a distancia está plenamente asumida. Una buena parte de la cultura a la que acceden los niños, y a veces también los ancianos, proviene de las tele?escuelas de la pequeña pantalla. Tampoco falta la tele?gimnasia, que mantiene un alma sana en un cuerpo sano como jamás se había visto, ni la tele?salud, que combate enérgicamente los vicios, previene contra todo tipo de enfermedades y peligros y disuade de toda tentación de renunciar a esta vida a distancia característica de los buenos telepolitas.Salvo en algunas zonas residenciales, cuyas calles y placitas (canales por cable) son privadas, los ámbitos telepúblicos están caracterizados por su fuerte impronta publicitaria: por el mero hecho de abrir la ventana a uno le regalan con todo tipo de folletos de propaganda, cuando no con llamadas telefónicas directas para que levante las contraventanas. Las dependientas del tele?mercado son bellísimas, tal y como le gusta a la población, pero niños, niñas y personas mayores tienen sus propios cuidadores y cuidadoras. Vender y comprar a distancia es un arte y un placer, aunque a veces resulte pesado y agotador para algunos trasnochados defensores del Antiguo Régimen.Porque, en efecto, bien es cierto que no todo el mundo sale a la calle. También hay gente que vive en cuchitriles inhabitables, a veces incluso sin balcón ni ventana (sin televisor ni radio), y que llegan a carecer de toda aireación exterior (ningún consumo de medios de comunicación). Menos mal que incluso a estos individuos miserables, que tienden a vivir encerrados en sus alcobas, el oxígeno informativo les llega a través de las habitaciones vecinas (amigos conocidos) y de sus propias familias, que les cuentan cómo es la plaza exterior y les invitan a salir afuera, o por lo menos a abrir alguna ventana con vista directa a la gran ciudad. A la mayoría de la población, sin embargo, le gustaría tener terraza (antena parabólica), si no jardín (pantalla para ver varias cadenas a la vez). Los más miserables son gente altamente marginal, dados a coleccionar objetos anticuados (libros, antigüedades) que amontonan en torno a su lúgubre mesa camilla, iluminada con viejas candelas. Suelen caracterizarse por su desaliño al vestir: cubren su desnudez únicamente con algunos harapos de noticias periclitadas. Por suerte, cada vez quedan menos enfermos de agorafobia, y la gran mayoría está encantada de sentirse ciudadanos de Telépolis y de ser vistos por las plazaspúblicas: estar alguna vez en el ágora es el deseo máximo de casi todos.Telépolis es el resultado de la expansión del principio metropolitano de ordenación industrial del territorio, que pasa a ser aplicado a nivel planetario, tanto en ámbitos pequeños como grandes. Quedan barrios y polígonos sin urbanizar, pero las bases de su remozado teleurbanismo, que resultará explícito dentro de algunos lustros, ya están siendo diseñadas por los planificadores socioeconómicos que dirigen la implantación planetaria de esta nueva civilización, basada en las modernas tecnologías. El diseño de la futura Unión Europea de Estados puede ser un buen ejemplo: determinadas «regiones» y «naciones» (es decir, barrios) pasan a ser eminentemente recreativas, mientras otras se convierten en parques naturales y unas terceras asumen el desarrollo tecnológico como su aportación a la nueva Comunidad. Las fiestas populares, que hasta hace pocos años eran el centro anual de la vida colectiva, devienen rituales pintorescos y curiosos, aptos para ser filmados por los videos de los forasteros o por las cámaras de las televisiones, que les darán de verdad existencia pública. Orgullosos de ser telepolitas, los nuevos ciudadanos celebran sus fiestas y sus ceremonias para las cámaras, que son la nueva expresión de la existencia social. Los propios representantes parlamentarios sólo asisten a las aburridas sesiones cuando éstas son retransmitidas en directo. La opinión de los usuarios, emitida a través de las correspondientes encuestas, pasa a ser determinante de lo que en verdad ha sucedido, que nada tiene que ver con lo que haya podido percibir quien estuviera sentado en la cámara del hemiciclo. Así como la Naturaleza se percibe mejor a través de los documentales especializados, o un partido de tenis o de fútbol a través de la pequeña pantalla, asimismo la política está mediatizada hasta tal punto que el auténtico discurso es el gesto televisado, y no la palabra dicha ni el discurso pronunciado. Telépolis ha engendrado necesariamente una telepolítica.


1.4. Los mercados


En el ámbito de la actividad económica sucede otro tanto: las empresas industriales no radican ya en aquellas modestas naves de principios de siglo, sino que sus centros de producción, administración y distribución están repartidos por doquier. Las mal llamadas multinacionales son en realidad tele?empresas, que han adaptado su estructura a la de la nueva ciudad. Los escaparates de las tiendas son, por supuesto, los medios de comunicación, y por lo tanto están en todas y cada una de las casas. Como todavía quedan compradores que mantienen sus viejas costumbres, las empresas conservan locales de venta por relación directa entre vendedor, comprador y mercancía, pero nadie duda de que la auténtica relación comercial tendrá lugar en el futuro a través del teléfono, la televisión y el ordenador. Sin embargo, incluso los establecimientos comerciales de viejo cuño sólo ofrecen a la venta aquellos productos que han sido previamente tele?publicitados. La calidad de la imagen del producto es tan importante o más que la que pudiera tener luego la mercancía en el momento del consumo, de tal manera que los departamentos de diseño y de publicidad han pasado a ser fundamentales para cualquier empresa que se precie. Así como las mercancías se ofertan a distancia, también el acto de compra tiene lugar por medio del correo, o del teléfono, o del ordenador personal. En Telépolis ha aparecido una nueva economía, como veremos en el segundo capítulo.Los servicios y las empresas públicas no han quedado ausentes de esta transformación estructural. De nada sirve una dirección eficaz que no haya sabido transmitir imagen de eficacia. Consecuentemente, buena parte de las inversiones y de los esfuerzos de las empresas públicas y privadas se orienta a producir una imagen de calidad, o de competencia, o de buen servicio, o de rentabilidad. Crear una imagen de marca es la base de una política empresarial adaptada a los tiempos que vivimos. Para ello hay que evaluar continuamente la opinión de los clientes y usuarios, convenientemente diseminados por medio de las técnicas del muestreo estadístico. La distribución de los telepolitas en segmentos de mercado y en muestras significativas representa, hoy por hoy, el nuevo tipo de tele?circunscripción, que va eximiendo a la mayoría de participar en los rituales electorales: los resultados han sido previamente calculados con mínimos márgenes de error y el ciudadano se limita a comprobar cómo fue emitido a distancia su propio voto, sintiéndose representado por su muestra.Las actividades públicas de más rancio abolengo, como la guerra, la predicación o la administración de justicia, también se ven afectadas por la necesidad de ejercerlas a distancia. Como bien se pudo ver en el juicio contra uno de los miembros de la familia Kennedy, poco falta para la institución de telejurados que, anónimamente y desde sus respectivas casas, dictaminen sobre la culpabilidad o la inocencia de los acusados tras haber seguido los alegatos y las pruebas a través de las pantallas de su televisor. Ulteriormente podrán realizarse encuestas adicionales para que los telepolitas participen en esta nueva forma de juicio popular y se sientan identificados con las penas impuestas. La convicción de culpabilidad habrá de ser obtenida por abogados y fiscales expertos en el arte de la representación televisiva, y las Audiencias se transformarán en estudios, aunque por lo general los propios medios de comunicación habrán juzgado previamente a los inculpados (presuntos, pero por ello tanto más inculpados).La policía también lleva a cabo sus acciones contra la delincuencia mediante la utilización continua de artefactos de investigación a distancia: desde los pinchazos telefónicos a las cámaras de seguridad que protegen los locales, pasando por los telemicrófonos o los teleobjetivos, la mayor parte de la investigación policíaca y detectivesca está determinada por la búsqueda de pruebas a distancia. El control del tráfico rodado puede ser un ejemplo paradigmático de lo que tienden a ser los controles policíacos de todo tipo de tráficos y actividades potencialmente delictivas. Cuando se trata de delitos más graves (asesinatos, secuestros, asaltos con rehenes, etc.), la detención final de los delincuentes es escenificada, cada vez con mayor frecuencia, ante la presencia de los medios de comunicación. El terrorismo y la lucha antiterrorista son actuaciones que se desarrollan exclusivamente en, por y para los medios de comunicación. Nada tiene más éxito que un cadáver descuartizado; y Telépolis cuenta con la ventaja de que dicho cadáver puede ser filmado desde todos los ángulos.Las manifestaciones políticas, las luchas y reivindicaciones sociales y sindicales tienen como término último de referencia la actuación ante las cámaras, midiéndose su repercusión por la categoría del programa en el que hayan sido difundidas. La negociación sindical pasa inexorablemente por el establecimiento de un acuerdo sobre los minutos de aparición en los programas de mayor audiencia, sobre los contenidos que van a ser transmitidos en torno a los logros alcanzados por ambas partes, incluso, sobre el modo de aparecer ante los micrófonos y las cámaras. La imagen misma de las ruedas de prensa convocadas por sindicalistas o movimientos sociales reivindicativos muestra adecuadamente en qué ha quedado hoy en día la antigua «propaganda por el hecho».En los países recientemente incorporados a la democracia, o en vías de ingreso en la telecracia, la política sigue siendo la actividad principal: la irrupción en el Parlamento de Tejero, la ejecución de Ceausescu, las barricadas de los partidarios de Yeltsin ante las cámaras de la CNN y los insomnios ciudadanos para contemplar en directo, es decir «al natural y como si fuera de verdad», la guerra contra Irak, son ejemplos recientes de esta política (o guerra) a distancia en la que han devenido la actividad pública y las artes militares. Si algún militar del Tercer Mundo quiere dar un golpe de Estado, sabe muy bien que su primer objetivo militar son los medios de comunicación. Sin embargo, no hay que olvidar que incluso los momentos históricos más trascendentales (y éstos se vienen sucediendo con un ritmo vertiginoso en los últimos años, porque los consumidores siempre están ávidos de novedades y de noticias más impactantes) vienen siempre acompañados por los correspondientes cortes publicitarios, cuando no incluyen una publicidad estática o subliminal previamente diseñada en función de dicho acontecimiento y de su audiencia prevista. La enorme complejidad de la nueva ciudad en tanto forma de organización social, y su considerable entropía como sistema, se sustenta en una base económica que genera consumo, riqueza y puestos de trabajo a través de la industrialización de las plazas públicas y, sobre todo, del ámbito doméstico. Ésta es la clave de la economía telepolitana.Cualquiera de los telelectores de estas páginas podrá implementar todo lo anterior con ejemplos pertinentes extraídos de su propia experiencia como telepolita, y corregir y aumentar la metáfora propuesta con nuevas analogías, matices y profundizaciones. En tanto teleautor, me limitaré a comentar especialmente las formas nuevas que adoptan tres de las componentes esenciales de toda ciudad: sus cementerios, sus casas y sus calles.


1.5. Los cementerios


En lo que respecta a la ciudad de los muertos tenemos en primer lugar el cadáver de la naturaleza misma, o si se prefiere, lo que queda de la muerte del Deus sive Natura concebido por los racionalistas. Dicho cadáver ha sido adecuadamente embalsamado y maquillado para dar bien ante las cámaras, y cabe decir que, en términos generales, está bastante bien presentado. Son muchos los telepolitas que mantienen rituales de culto ante él: subir al monte, tomar el sol en las playas, pasear por la orilla del mar o de los ríos, pescar, tener macetas en el balcón, cultivar una pequeña huerta, cuidar animales domésticos, acercarse a ver los volcanes en erupción, pasearse por los parques, coleccionar fotos de paisajes, esquiar, hacer cruceros de placer y, en particular, orientar su régimen dietético en función del consumo exclusivo de productos «auténticamente naturales». Ante el alto nivel de demanda de este tipo de mercancía, Telépolis, siempre previsora y satisfacedora de los deseos de los telepolitas, tiene expuestas por doquier las reliquias de la antigua Naturaleza. De hecho, sus pasos son sacados frecuentemente en procesión por las calles y plazas, y siempre entre la devoción de los creyentes: piénsese en la renombrada cofradía de Cousteau, o en la más doméstica de Félix Rodríguez de la Fuente.El cadáver de la Naturaleza y su explotación comercial constituyen por sí mismas un importante sector económico en Telépolis, como bien muestra la ascendente presencia de los ecologistas en las asambleas de vecinos (antes Parlamentos). Quienes más, quienes menos, todos tenemos nuestra pequeña colección de cromos naturales en casa (fotografías, vídeos, etc.) de la misma manera que nos hemos retratado ante los más diversos templos y lugares sagrados en donde se rinde culto a la antigua divinidad. Frente a los antiguos Museos de Historia Natural, en donde se conservaban los esqueletos, las imágenes y las reproducciones de las diversas especies animales y vegetales, Telépolis proyecta a todas horas documentales y filmaciones en las que ballenas, focas, insectos, aves rapaces y todo tipo de depredadores nacen, se alimentan, se mueven, se reproducen y mueren en sus propios medios naturales. Jamás un Jardín Botánico ni un Zoológico pudieron ofrecer tanta variedad de especies y tal cantidad de detalles sobre la vida natural ni, sobre todo, hacerlos accesibles a la gran mayoría de la población en sus propias casas. Los microcosmos más recónditos, tradicionalmente inaccesibles a la percepción del ser humano, pueden ser vistos y observados una y otra vez con sólo estar suscritos al canal correspondiente. Todo ello tiene lugar a través de imágenes y representaciones. Pero la posibilidad de filmar a distancia, y luego de proyectar la vida natural por todo el mundo, permiten conocer la Naturaleza con mucho mayor detalle y precisión de lo que cualquier naturalista del siglo XIX hubiera imaginado jamás.Pero siendo éste un cementerio importante, los telepolitas cuidan todavía más los cementerios de sus antepasados, que habitaron aquellas curiosas aglomeraciones, tan apiñadas a veces, que se llamaban pueblos y ciudades. Los cadáveres de algunos antiguos aldeanos, campesinos, paisanos, ciudadanos, urbanitas y metropolitanos están expuestos públicamente, al igual que los despojos de la Naturaleza; y si no todos acceden a tener un lugar en la Historia (el teletiempo también está muy caro), al menos lo logran los hombres y mujeres más eminentes. La mayoría de estos sepulcros han pasado a ser elementos decorativos en el interior de los barrios y de los domicilios: hay lápidas para nombrar los pisos y las casas (las antiguas calles de pueblos y ciudades), las manzanas e incluso barrios enteros. No falta un centro histórico, llamado Europa, que está particularmente sobrecargado por este tipo de decoración. Al otro lado del río se ha construido un Nuevo Ensanche, antes llamado el Nuevo Mundo, cuyos habitantes gustan de reivindicar el rancio abolengo de sus antepasados bautizando casas y manzanas con nombres de antiguas ciudades del Barrio Viejo: el Ensanche entero ha pasado a ser denominado con el nombre propio de las personas que creyeron que el río Atlántico era navegable. Habiendo sido habitado por descendientes de las aristocráticas familias del Centro Antiguo, ha acabado atrayendo a gente de todos los barrios por el excelente diseño de sus calles y plazas, en las cuales uno puede ver y comprar prácticamente de todo. Tras los graves incidentes de los años cuarenta, cuando fueron quemadas varias casas del Centro Antiguo y tuvo que llevarse a cabo una posterior reordenación del mismo, el Ágora Telepolitana quedó ubicada en el Ensanche, y la Alcaldía misma, siendo etérea por esencia (pues la nueva ciudad está regida por un Tele-alcalde), abrió importantes plazas públicas al otro lado del río. Recientemente ha lanzado un ambicioso Plan de Reconstrucción de varias manzanas del Centro Antiguo, cuyas comunidades de vecinos se habían empeñado en tapiar las entradas a sus respectivos barrios y en construir plazas públicas cerradas y, por consiguiente, sofocantes.Los cementerios del Nuevo Ensanche han sido diseñados siguiendo criterios más acordes con los principios de telepolización vigentes. Sus museos y bibliotecas guardan auténticostesoros funerarios, sobre todo de la Era de las Metrópolis, pero también de épocas anteriores. Los telepolitas del Ensanche, en efecto, han mostrado su piedad por los antepasados instituyendo ritos mortuorios centrados en las almas, más que en los cuerpos, como era la tradición anterior. Piensan que los despojos anímicos son los escritos y las obras, y no sólo selimitan a conservarlas expuestas en urnas y estanterías especialmente diseñadas para su veneración pública, sino que les atribuyen alto valor económico y las difunden en forma de estampitas y cromos industrialmente producidos, casi siempre con gran éxito comercial. Consiguientemente, los camposantos de Telépolis están repartidos por doquier: cada barrio tiene varios cementerios de almas, distribuidas en función de sus profesiones. Políticos, militares y eclesiásticos son venerados en los Panteones de Hombres Ilustres, pero también por medio de estatuas, exvotos y lápidas. Las bibliotecas y los museos son el cementerio principal de los escritores, artistas y científicos, sin perjuicio de que sus recordatorios funerarioscirculen profusamente entre la población. Hasta los personajes imaginarios poseen túmulos donde ser venerados, por ejemplo en los Museos de Cera y en los Parques de Atracciones. Además de este culto público a las Animas, las casas y las habitaciones incluyen siempre una o varias zonas de reliquias en las que se recuerda la memoria de los ancestros. Hasta tal punto venera Telépolis a los antepasados que sus despojos anímicos también suelen ser sacados en procesión por las plazas y calles públicas con frecuencia, y, en el caso de los grandes hombres y mujeres de cada profesión, al menos una vez en cada centenario. Todo ello da lugar a que la industria de las celebraciones mortuorias, al tener tan gran aceptación, constituya un sector económico todavía más pujante, hoy por hoy, que el basado en el cadáver de la Naturaleza. Sin embargo, la devoción suele ser fluctuante en las procesiones que conmemoran a los santos: por poner un ejemplo, la cofradía de Marx tenía gran cantidad de adeptos en algunos barrios del Centro Antiguo, pero en los últimos años la mayoría de los cofrades se han dado de baja, con lo cual ya no salen aquellos vistosos artefactos (tanques, misiles, aviones, etc.) que conmemoraban anualmente su memoria y que todos contemplábamos con admiración por el fervor con el que sus costaleros los conducían.Para terminar con el análisis de los cementerios de Telépolis, hay que señalar que las artes de embalsamamiento de cadáveres, y en particular de mascarillas mortuorias, están enormemente desarrolladas. Los telepolitas denominan séptimo arte a dicho tipo de técnicas, consistentes en reconstruir teatralmente las grandes acciones, obras de arte y momentos históricos, y ofrecerlas luego en la plaza pública a la contemplación de los telepolitanos en forma de mascarillas de celuloide. Todos los que salen a las calles y plazas gustan en hacerse, aun estando vivos, este tipo de mascarillas, posiblemente para que las veneren sus descendientes. Lo curioso es que algunos de los actores que han representado a los grandes personajes de la historia y de la literatura se han convertido por sí mismos en máscaras dignas de ser conservadas, de tal manera que sus estampillas pueblan las habitaciones y las casas de los telepolitas. Parecería como si la vida estuviese concebida cada vez más, como en la época de los faraones egipcios, como un avatar previo a la verdadera vida que advendrá tras la muerte a través de todos sus recordatorios. No hay sonrisa, balbuceo ni traspiés de un niño que no quede grabado en vídeo. Los propios intelectuales y artistas se afanan por salir a la plaza pública con el objeto de que se les compongan estas mascarillas mortuorias, y ello a pesar de la extrema fragilidad de los materiales que se utilizan para fabricarlas. Pero no hay que olvidar que, al estar Telépolis construida en torno al principio de existencia a distancia de todo ser vivo, cabe la esperanza de que la Historia de Telépolis llegara a ser construida en base al mismo criterio: lo cual garantizaría una cierta supervivencia de las almas tras la muerte de los cuerpos. Acostumbrados a televivir en el espacio, muchos desean repetir esta gran astucia en el tiempo.


1.6. Las casas


Si recordamos las antiguas ciudades y metrópolis, todas estas transformaciones de la vida urbana nos pueden parecer notables: no hay duda de que suponen una nueva civilización. Sin embargo, nada ejemplifica mejor la presencia universal de la nueva ciudad como los cambios habidos en la vida doméstica.Al observar las reliquias de los pueblos y de las ciudades antiguas, llama la atención que los tejados de sus edificios están poblados por una selva de antenas y artefactos que constituyen la interfaz que sus habitantes mantienen con Telépolis. Podemos afirmar, por tanto, que los tejados son las auténticas fachadas de las nuevas telecasas. La inmensa red de repetidores que transmiten las señales que dan existencia electrónica a Telépolis representan su infraestructura, comparable a los tendidos eléctricos, las alcantarillas o las conducciones de agua de las viejas metrópolis. Los telepolitas sólo son tales porque están conectados al Ágora, a las plazas ya los mercados a través de los satélites artificiales. La nueva ciudad, por su parte, sólo existe en la medida en que tiene ciudadanos: genera nuevas calles y plazas (servicios a distancia)porque sus habitantes así lo demandan. Por consiguiente, el Ágora es inseparable de las casas. O dicho de otra manera: la otra cara del Ágora, su cara oculta, son las casas. Telépolis funciona tanto mejor cuanto mas estén los telepolitas en sus casas, siempre que trabajen allí para que la nueva ciudad crezca y progrese. Conviene que las ventanas de las fachadas estén abiertas el máximo tiempo posible, tanto para que los ciudadanos ventilen sus mentes con el aire electrónico como para que la propia Telépolis prospere y vaya ampliando sus zonas de influencia y diversificación.Los antiguos habitantes de pueblos y ciudades solían preferir que sus casas diesen a las plazas públicas, a las alamedas y paseos o, en el mejor de los casos, que tuviesen frente a sus ventanas hermosos paisajes naturales. Todo ello es virtualmente posible en la actualidad para todo el que lo desee. Basta con suscribirse a los medios de comunicación correspondientes para que las ventanas y balcones den a un museo, a una biblioteca, a un paisaje nevado, al mercado principal del barrio, a una montaña agreste, a un estadio deportivo o al fondo del mar. Y lo más notable: uno puede cambiar de fachada según su gusto y apetencias. La antena parabólica nos ofrece la posibilidad de vivir en los más diversos barrios del Centro Antiguo, así como en el Ensanche, y todo ello con un servicio de mudanzas barato, rápido y eficaz. Podemos oír hablar cotidianamente las más diversas lenguas y observar distintas costumbres. Como bien saben los japoneses, que han construido en los últimos años una de las barriadas más avanzadas y prósperas de Telépolis, sólo se debe viajar para filmar imágenes que luego pueda contemplar uno tranquilamente en su casa. Los domicilios de los telepolitas son auténticos museos en miniatura, en donde pueden reposar reliquias de múltiples culturas y épocas. Teniendo el mercado en casa, el cine en casa, el gobierno en casa, la iglesia en casa y el estadio en casa, ¿qué más se puede desear? Lo más distante forma parte de lo más íntimo.En el fondo, a los telepolitas lo que les gustaría es, además, tener algún bárbaro en casa. Los arrabales de la nueva ciudad ofrecen a veces ejemplos de pueblos y culturas que todavía no están telepolizadas: pero todos sabemos que es cuestión de tiempo.Habiendo desaparecido la distinción entre interior, frontera y exterior, queda sin embargo el Gran Océano Espacio?Temporal como el ámbito inexplorado, o si se prefiere a conquistar. Por eso Telépolis ha comenzado a producir múltiples variantes de extraterrestres, bien sea para sentir miedo y emociones, bien para poder seguir mostrando odio, pavor, ternura o comprensión hacia el extraño. En cualquier caso, para que siga habiendo un más allá. Hay quienes se han autohibernado a la espera de este Novísimo Mundo. Y no faltan quienes pasan su vida buscando contactos en la enésima fase. La ciencia ficción es una de las formas de literatura que tiene mayor éxito entre los telepolitas.Cada vez son más los que acuden al trabajo sin salir de casa: por ejemplo a través del teléfono o de los ordenadores domésticos. Aunque en realidad, el tiempo de ocio se ha convertido para casi todos los telepolitas en el tiempo de auténtico trabajo. No hay que olvidar que la economía de la ciudad se sostiene en función del consumo de teleproductos que los ciudadanos realicen. Siendo el nivel de audiencia y la valoración de los usuarios el principal criterio de valor económico, Telépolis sufriría una gran crisis si hubiera una huelga general de televidentes.Mas tamaño dislate ni siquiera es imaginable. Lo que se desea es que Telépolis acabe por urbanizar los barrios superpoblados de lo que se llama Tercera Expansión (para distinguirla del Centro Antiguo y del Ensanche) y vaya transformando las viejas viviendas en verdaderas telecasas: para esto queda camino por recorrer. A pesar de que la ciudad se comunica con todos, todavía no es posible comunicarnos a distancia con los telepolitas de nuestra elección más que a través de la voz, o por escrito mediante el fax y el correo electrónico. El teletexto y el telesonido han supuesto una primera apertura de las estancias privadas a los restantes ciudadanos, y por ello se usan con profusión; pero falta que esta comunicación interpersonal a distancia pueda llevarse a cabo también a través de la imagen, sin descartar que pudiera incluir olores, sabores o sensaciones táctiles, como ahora se pretende con los estudios de realidad virtual. Todos estamos seguros de que no pasarán muchos años sin que ello resulte posible. La telecasa es sin duda el invento del futuro, sobre todo si está administrada por un robot mecánico que, a su vez, pueda ser dirigido a distancia por el propietario. La internacionalización de las ciudades, que fue desarrollada inicialmente en las metrópolis y que ha llegado a expresiones mucho más avanzadas en Telépolis, ha de ser completada con una internacionalización de la vida doméstica, ligada a la conversión virtual de la casa en un ámbito público. De lo contrario, quedaría un más aquí a conquistar para Telépolis. Es bien conocido el efecto que ello produce en las relaciones personales (y nunca mejor dicho, puesto que en Telépolis tratamos con auténticas máscaras): tan pronto aparece un famélico niño somalí en el cuarto de estar como una fantástica pareja mulata haciendo perversiones en el dormitorio, cuando Telépolis sigue funcionando after hours. Los presentadores de televisión son vistos como conocidos de toda la vida cuando uno se los encuentra fuera de la pantalla: han estado tantas veces en el salón como invitados que los telepolitas se identifican con ellos y ellas, positiva o negativamente, mucho más que con los colegas del trabajo. El guiñol televisivo amplia, mejora y perfecciona las celebradas «relaciones interpersonales»: cosa muy diferente, como veremos más adelante, es que contribuya a desarrollar la individualidad. Pero el domos cerrado y local, que sólo tenía a los familiares y a los vecinos como actores, va siendo transformado en un ámbito plurilinguístico y plurirracial, aunque sólo sea a través de la teleimagen y del telesonido. No es poco. Frente a la política de parroquia y campanario que imperó históricamente en numerosísimas culturas, los telepolitas se ven confrontados con una polis infinitamente mas plural y compleja. Algunos, quizá comprensiblemente, se refugian en los programas mas castizos, tratando de profundizar en el más aquí. Otros concentran su atención en los alienígenas de distinto pelaje que pululan por Telépolis. Pero no faltan quienes no desperdician la oportunidad de internacionalizar, aunque sea a distancia, su cotidianidad. Bastaría con estudiar a fondo los niveles de audiencia de programas sobre la miseria en la Tercera Expansión, por ejemplo, para descreer de las declaraciones bienpensantes sobre sus «pobres habitantes» (que se hacen ulteriormente por mor de la mala conciencia) y obtener índices sociológicos de xenofobia, e incluso de racismo, mucho más exactos de los que pueden lograrse a través de las encuestas orales al uso.El desarrollo de Telépolis plantea, sin embargo, un problema estructural, sobre todo en los barrios en donde el derecho a la privacidad y a la inviolabilidad del domicilio están jurídicamente protegidos. Numerosos televendedores se consideran con derecho a enviar propaganda por correo, a llamar por teléfono para tentar con sus ofertas y, sobre todo, a superponer su mensaje publicitario sobre cualquier teleproducto que haya mostrado tener aceptación entre el público. Inauguran con ello formas sofisticadas de la ya antigua venta a domicilio. Algunos telepolitas pueden sentirse tranquilos e incluso satisfechos, ante esas técnicas de venta teledoméstica; pero otros no. El principio de voluntariedad que idealmente debería de regir en Telépolis (sólo es telepolita quien quiere, y adicionalmente quien puede querer, lo cual excluye, por ejemplo, determinadas ofertas para público de ciertas edades) tiende a ser desbordado por la propia estructura expansiva de la nueva ciudad. Tal y como se insinuó al principio, Telépolis no excluye la aparición de nuevas formas de subordinación, e incluso de total dependencia y esclavitud de los telepolitas con respecto a la propia ciudad. La tensión entre el Ágora y la Telecasa resulta inexorable, por la propia constitución de lo público y de lo privado en Telépolis. El ejemplo recién mencionado de la televenta parece ser paradigmático, pero no es único, ni mucho menos. En el capítulo tercero trataremos de profundizar con mayor rigor, tras esta primera introducción metafórica, en la problemática de Telépolis.Por el momento conviene insistir en que la actividad individual en Telépolis (y la propia condición de ciudadano) debería tener lugar en base al principio de voluntariedad, al igual que la elección de las calles y plazas por las que uno va a pasear, de los productos que uno va a comprar o de los barrios que uno va a visitar cotidianamente. A nadie se le obliga a vivir en Telépolis. Si uno prefiere, puede seguir habitando un pueblo, o una ciudad, o una metrópolis, o volver al campo. Y hay gente que ha optado y optará por esto, considerando incluso como alienados a los telepolitas y como perversa a la nueva ciudad.Bien está que los haya, e incluso que se promueva continuamente desde Telépolis la elección libre de ser telepolita o no. Pero hoy por hoy, acaso por la novedad que representa esta nueva estructura social, y acaso también porque está en plena expansión y todavía no han aparecido crisis estructurales en ella, la gran mayoría ha preferido Telépolis y preferirá la telecasa, incluidas las relaciones amorosas a distancia. Así es la nueva ciudad a la que se nos invita a vivir y que marca nuestro destino.


1.7. Las calles


La vida de los seres humanos estuvo organizada en las ciudades modernas sobre la base de la distinción entre casa, calle y lugar de trabajo. Como vamos viendo, Telépolis tiende a fundir esos tres lugares en uno, si seguimos contemplando la nueva ciudad desde la perspectiva espacial clásica. A lo largo de este ensayo iremos viendo que la auténtica estructura urbanística de Telépolis es muy distinta a la de las ciudades y metrópolis modernas y contemporáneas: el recurso metafórico utilizado en este primer capítulo se mostrará inadecuado,además de deformante. Tarde o temprano (capítulos 2 y 3) habrá que introducir nuevas categorías para analizar Telépolis.En la gran mayoría de las ciudades, sobre todo desde la incorporación de las mujeres al mercado del trabajo, había una vida doméstica, una actividad laboral y una vida social. Genéricamente hablando, se puede llamar calle al ámbito en donde discurría esta última. Se salía a la calle para ir al trabajo, mas también para pasear, para tomar un café o unas copas, para encontrarse con alguien, para acudir a alguna fiesta o espectáculo o para ir de compras. La calle siempre ha sido el lugar del comercio, incluido el carnal: no en vano se acuñó la expresión hacer la calle. Desde los teléfonos y vídeos eróticos a las secciones de anuncios de relax en la prensa y en las guías del ocio, no cabe duda de que Telépolis también ha transformado «el oficio más viejo del mundo».Pero las calles de las ciudades y de los pueblos eran mucho más. El sociólogo Lefebvre caracterizaba a las calles como «lugares de encuentro», pero también afirmaba que «la calle es un escaparate, un camino entre tiendas» (La revolución urbana, pp. 25?26). Criticando a Le Corbusier, en cuyos «barrios nuevos» desaparecían las calles, Lefebvre resaltaba sus tres funciones sociales básicas: una función informativa, una función simbólica y una función de esparcimiento. Contrariamente a las propuestas de suprimirlas por ser ámbitos de inseguridad ciudadana, propugnaba mantenerlas como una estructura urbanística esencial para la vida social, porque «allí donde desaparece la calle, la criminalidad aumenta y se organiza» (Ibid.). Controlar la calle era el objetivo fundamental de las fuerzas del orden; inversamente, las antiguas «rebeliones de masas» tenían como objetivo principal tomar la calle, mediante manifestaciones, barricadas o, más modestamente, celebrando mítines públicos y haciendo propaganda de las nuevas ideas políticas por medio de carteles, octavillas y pintadas. La calle era el lugar principal para la actividad política de los insurgentes y los revolucionarios. Por eso surgieron las llamadas fuerzas de orden público: para mantener el orden en las calles. Los toques de queda responden a esta lógica: «el acontecimiento revolucionario tiene lugar generalmente en la calle»(Ibid.).Hay que decir que todas estas concepciones están periclitadas. Buena parte del romanticismo izquierdista (pero también del fascismo y del nazismo) ha estado dominado por el mito de la calle. Los cafés, los teatros, los estadios y las plazas de toros, pasando por las tertulias en las ramblas o en las plazas mayores de los pueblos, fueron los escenarios en donde se formaba la opinión pública. Desde el asalto a la Bastilla hasta la toma del Palacio de Invierno en el «octubre Rojo», sin olvidar las proclamaciones de independencia o de la nueva República desde algún balcón, toda la parafernalia de la política decimonónica ha tenido la calle como el lugar en donde «todos los elementos de la vida humana se liberan y confluyen» (Ibid.). La voz de la calle era la voz del pueblo, o cuando menos su oráculo. Todavía ahora cualquier teledemagogo contrapone la voz de la Calle a la voz del Gobierno o de los Parlamentos. Eso sí: todas estas afirmaciones se hacen a través de la radio, la prensa o la televisión. En el fondo, ya nadie cree en «el poder de la calle», salvo los desesperados que salen de vez en cuando a romper escaparates y a quemar tiendas y automóviles. Los auténticos profesionales convocan manifestaciones masivas exclusivamente para que sean filmadas por las cámaras. De hecho, la manifestación y el lanzamiento de piedras y cócteles molotov sólo tiene lugar cuando la presencia de los media está garantizada. La escenografía por supuesto, resulta muy importante. Desde los chavales enmascarados (tipo intifada palestina) hasta los mineros con casco y garrote (como en Rumania), el objetivo principal de las acciones en la calle estriba en ofrecer un buen espectáculo, con el fin de lograr el máximo impacto en los medios de comunicación.Los economistas clásicos, a la hora de elaborar sus teorías, atribuyeron también una cierta importancia a las calles y plazas públicas. Aunque sólo fuera por motivos pedagógicos, cuando no por estrategias de persuasión, partían de la estructura del mercado tal y como éste se representaba fenomenológicamente en la calle: compradores, vendedores, tenderetes y tiendas (ambulantes o fijas), recaudadores de impuestos, fuerzas del orden y chulos y mafias que ejercían su protección y su dominio, acotando entre sus territorios. Basta visitar un país árabe o cualquier ciudad latinoamericana, china o hindú (pero también los sofisticados Rastros y mercados de antigüedades europeos) para poder seguir contemplando este tipo de actividad social, cuyo interés actual es más etnográfico que económico.Porque en efecto, Telépolis supone un nuevo concepto de calle. O si se prefiere, comporta la ¿????ión, de la relevancia social que han operado las calles que históricamente hemos conocido, y que todavía persisten como monumentos y reliquias. Las principales líneas de ¿??fuerza de la actividad social ya no pasan por ellas y aunque sigan teniendo una cierta importancia, por lo cual tampoco es cuestión de desatenderlas, cabe decir que están llamadas a desaparecer, o cuando menos a ser recesivas desde el punto de vista económico y social.Las ¿?tres?? funciones sociales que Lefebvre asignaba a la calle son cumplidas hoy por los medios de comunicación; por consiguiente, se puede ser ciudadano activo estando en casa, sin salir a la calle. La opinión pública ya no se forma en los mercados, en los mentideros y en las plazas públicas, sino que cada cual configura la suya propia desde la intimidad, y a lo sumo la contrasta luego con grupos de su elección. Sin embargo, la función informativa no se ¿?????? en Telépolis a los medios de comunicación. Hay otro tipo de personajes que, aparezcan o no en los medios, crean opinión o distribuyen información privilegiada: localizar sus ubicaciones es fundamental para la sociología telepolitana.Llamaremos teleporteros a este tipo de personas. Los antiguos porteros eran quienes controlaban el tránsito entre las casas y las calles de las ciudades clásicas. No cabe duda de que desempeñaban una función relevante como transmisores privados de información. A la hora de localizar a los nuevos porteros, o si se prefiere a los teleporteros, hay candidatos claros: los llamados gate?keepers. Cuando Kurt Lewin introdujo este concepto, trataba de caracterizar a los censores que podían colapsar (o potenciar) el flujo de información entre personas y grupos, por ocupar puestos claves dentro de la estructura de un canal de comunicación. Vistos desde la perspectiva telepolitana, los porteros son identificables con los creadores de opinión, por una parte, pero también con los controladores de las claves de acceso a las informaciones especialmente valiosas. Son teleporteros los informadores, los comentaristas y los analistas sociales, sea su ámbito de actuación una ciudad, una región o un país, y sean sus temas la política, la economía, la cultura, el deporte o simplemente la jet?set; pero también son teleporteros los brokers y los traficantes de información privilegiada. Por las calles de las ciudades clásicas circulaban personas y mercancías, indistintamente. Por las calles de Telépolis sólo circulan telemercancías, y en su mayor parte son de uso exclusivamente privado. Cualquier empresa económica que tenga una cierta relevancia mantiene unos canales de comunicación e información que están estrictamente protegidos por sistemas de seguridad informática. Paralelamente, las entidades públicas utilizan circuitos especiales tanto para las informaciones reservadas como para producir filtraciones de aquellas informaciones que, por uno u otro motivo, conviene que sean conocidas en las plazas públicas. Los teleporteros siguen siendo los guardianes de las diversas puertas de acceso a los centros de poder (como en El Castillo de Kafka), y siempre se remiten a otros porteros de mayor rango. Los portavoces y los encargados de relaciones públicas tienen a su cargo las puertas que comunican con las plazas públicas (medios de comunicación, servicios de atención al cliente). Mas hay otras muchas puertas en cualquiera de las calles de Telépolis. Acceder a algunas de ellas implica traspasar numerosos controles de acceso: en los locales correspondientes se contemplan aspectos de la nueva ciudad que casi nunca pasarán a ser del dominio público. Sólo de cuando en cuando los jueces obligan a la apertura pública de algunos de esos umbrales, normalmente para investigar formas de corrupción y de tráfico ilegal que en las ciudades antiguas tenían lugar en las calles asfaltadas y en sus locales colindantes.En resumen, también hay calles en Telépolis, y a veces muy sinuosas y retorcidas. Para localizarlas hay que adentrarse mucho en la nueva ciudad, accediendo electrónicamente a costosas bases de datos; sobre todo, hay que conocer a los correspondientes porteros y tener permiso para entrar. Hablando en términos generales, ningún individuo tiene acceso al conocimiento global y exacto de ninguna calle telepolitana. Incluso los más expertos analistas, que actúan como asesores directos (y a muy altos sueldos) en todo proceso de toma de decisiones, sólo poseen un conocimiento parcial de cada calle. Las plazas públicas (medios de comunicación) son encrucijadas de calles, pero desde ellas sólo se divisa una parte ínfima de la intrincada estructura del callejero telepolitano. Y aunque continuamente se invoca la transparencia como exigencia urbanística, lo cierto es que, pese a tanta pantalla, hoy por hoy reina la más estricta opacidad con respecto a la estructura vial por la que fluye gran parte de la vida social telepolitana. Para orientarse mínimamente en el Barrio Viejo (por ejemplo, en las Euroventanillas)

3 comentarios:

Unknown dijo...

Amiga, el link que has puesto no permite la descarga de la fabulosa obra de J. Echeverría.

Nahuel Tau dijo...

Ya se que pasaron años, pero si pudieras volver a subir este libro sería genial!

Unknown dijo...

Saludos, podrían compartir el libro nuevamente, el link está caído?