19.1.11

Angela Perdomo / Cuando todo tiempo pasado fue peor o la vaca explicada

Artículo publicado en Patio en diciembre 2010.
Cuando la Universidad acepta un encargo desde alguna institución externa, lo hace considerando las cualidades del mismo para generar conocimiento que derrame en sus ámbitos específicos.

En tal sentido, aceptar el encargo del Ministerio de Educación y Cultura para decidir y coordinar la forma y el contenido de la participación de Uruguay en la XII Bienal de Arquitectura de Venecia supone un doble desafío: obtener el mejor producto que represente al país, y a la vez generar interés y discusión disciplinar en la Facultad de Arquitectura.

Por eso es de celebrar que aparezcan voces que desde el análisis crítico de las propuestas impulsen el debate que la mayoría de las veces –por mala costumbre, innecesario respeto al fallo de un Jurado o simple apatía–, sabemos ausente.

El artículo aparecido en Patio con el titulo “Bonjour tristesse – Notas (críticas) sobre la arquitectura en Uruguay” que es parte de la muestra ’100 obras y 10 años de Arquitectura Contemporánea en Uruguay’ presentada en el IAAC de Barcelona, merece ser atendido. No solo por la iniciativa de escribir, sino por el involucramiento que supone y los caminos de nuevas prácticas de intercambio cultural que abre.

Invita a leerlo e intentar darle continuidad entablando una suerte de diálogo con esta respuesta, que esperamos sea seguida de otras.

No existe obra ajena a quien la interpreta

En sus notas críticas al Pabellón de Uruguay en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2010, los autores de una propuesta –que denominaran “Grand Tour” –, hacen algunas precisiones de opinión sobre la curaduría y el contenido finalmente elegido: cinco narrativas: cinco edificios.

Sin ceder demasiado a la tentación de hacer una crítica de la crítica, es inevitable reconocer que distan de ser “Notas críticas sobre la arquitectura uruguaya”, como reza un tanto pretenciosamente el título.

Paradójicamente, la única arquitectura aludida–y que puede despertar la curiosidad del lector que no ha visto la muestra–, es precisamente, la que incluirían los cinco edificios que la misma contiene y a los que se alude tangencialmente para fundamentar lo inapropiado de la elección curatorial.

Muy bien redactada, la comunicación ensayada es valiosa porque intenta una crítica que no logra esconder –por más citas cultas que incluya–, su condición de estar fundamentada en la propia subjetividad, lo cual es inevitable como acercamiento honesto a la apreciación de cualquier cosa.

Revela el legítimo reclamo de quien desea tener un lugar en un presente que estima le pertenece, pero que le parece que la muestra no representa.

En tal sentido, el equipo autodenominado Fabrica de Paisaje, trabaja bien, no escatima esfuerzos y busca un reconocimiento que generalmente recibe.

En este caso describe las razones de por qué la muestra elegida no es apropiada a través de lo que llaman “las estrategias de la vaca” que dice son tres: Desvalorización disciplinar, Inconsistencia productiva y Anestesia contingente y pasa luego a describir las virtudes de su propuesta Grand Tour aludiendo a la posible existencia de un catálogo donde la misma, resulta autodefinida como “filialmente disciplinar y decididamente optimista”.

Hasta aquí el contenido que puede ser interesante discutir.

La vaca explicada

La muestra trasciende la anécdota de los cinco edificios y su circunstancia histórica, para hablar en el lenguaje de la Arquitectura (con mayúscula: por disciplina, por área del conocimiento Universal, por actividad imprescindiblemente humana, aun sin arquitectos-intérpretes).

Trasciende también la interpretación de si la alfombra es o no pieza arquitectónica.

“¿Pero qué (o cómo) podemos confrontar cuando nos referimos a una modernidad pasada, hurgando en las sombras de edificios e historias de otros tiempos?” se preguntan alarmados los autores del artículo.

En la muestra elegida para representarnos en la Bienal 2010, las obras son el vehículo para hablar de Uruguay participando en el mundo de la Arquitectura, a través del despliegue sutil de la anécdota de la visita de Le Corbusier al Río de la Plata, aludiendo con maestría, a esos términos tan manidos de lo global y lo local, que son la esencia de la fusión fundante de nuestra cultura.

Solo suscribiendo una valoración de las obras a través de una catalogación cronológica de las mismas, se podría entender que la muestra intenta una “…cabalgata nostálgica a un ilustre y próspero pasado”.

Porque siendo cierto que las obras fueron ejecutadas en el pasado no reciente, las mismas pertenecen a diferentes periodos, no responden a una “modernidad redux”, ni tienen un patrón que permita hacerlas parte de una categoría a priori. Y es esa precisamente una apertura polisémica que dificulta lecturas lineales y enriquecen el planteo.

Son ejemplos desafiantes a la imaginación de relaciones aleatorias, invitan a la participación cómplice del intérprete que gusta de explorar sentidos propios y lejos de despertar tristeza, provocan el involucramiento del espectador inteligente.

Si algo tiene la muestra es que no es nostálgica, por más que pueda decirse que las obras –que dan lugar a las narrativas que son lo verdaderamente sustancial de la propuesta: hablar de la vida de la arquitectura en relación a la vida de la gente–, fueron construidas en otros momentos de la historia del país que no es el presente.

Aunque sí son contemporáneas, en tanto viven aún entre nosotros y forman parte de nuestro paisaje cultural arquitectónico. Tal vez intencionadamente diferentes, son tectónicamente fuertes y tienen trayectoria histórica y vida presente.

A la vez, “el inadvertido visitante”, que los articulistas intuyen incapaz de reconocer cualquier referencia culta, recuerda al personaje del típico turista de comedia hollywoodense que encuentra que en Europa “todo es muy viejo”. Solo un personaje así confundiría la poética alfombra del pabellón de Uruguay, con el resto inanimado de una comida propia de los salvajes habitantes del subdesarrollo.

La alfombra es una artefacto creado como pavimento, elemento intermediador entre la tierra y el hombre. Su sola presencia define un lugar, un encuentro, un dejarse estar. Antropización del espacio natural, nace con el deseo mismo de habitar. Es un dispositivo relevante en el hábitat humano desde la antigüedad al presente, tanto desde el punto de vista físico como simbólico. Define en algunas culturas la parcela de identidad del hombre, su relación con los otros y hasta su relación con Dios. Es apoyo, abrigo, texto.

“5 narrativas, 5 edificios” no es para nada “autista y autónomo”.

Es culturalmente inclusivo. Habla de la arquitectura en términos globales y locales.

Independientemente de la época en la cual fueron construidos los edificios, habla del Uruguay en términos de Arquitectura y su participación en la creación de la nacionalidad a través del trabajo de la gente y del encuentro.

La arquitectura expuesta es Arquitectura y es uruguaya. Son realizaciones en clave local, la mayoría realizadas en momentos en que Le Corbusier, símbolo por antonomasia del arquitecto creador –europeo de nacimiento–, no sólo supo valorar y conservar una artesanía rioplatense que acompañó su vida doméstica, sino que pensó libremente en las oportunidades arquitectónicas de un rincón inexplorado de la geografía cultural de la época.

Uruguay, un país extraño y semejante, parece querer decir la muestra al concierto internacional convocado a la Bienal. Remoto, casi exótico, casi europeo. Extraña mezcla de culturas que permitieron que cuando tuvo que hacer arquitectura moderna, fuera creativamente tan criollo como internacional.

No son contemporáneos sus autores, ¿pero acaso eso importaba para ilustrar la consigna “people meet in architecture”?

La Bienal de Venecia no es ni nunca ha sido un atajo para construir un catálogo de arquitectura contemporánea. Por el contrario, procura dejar la libertad de expresión de cada país participante en la elaboración de una respuesta a una temática abierta a múltiples interpretaciones que hagan pensar, más que mostrar lo que –hoy más que nunca—, rápidamente se conoce y se difunde por otros medios.

El Grand Tour

Si la vaca llegara a necesitar explicación, ni que decir de la propuesta Gran Tour.

Con la ventaja de que el “inadvertido visitante” se encontraría con algo parecido a una “instalación artística”, donde podría internarse en el leit motiv del pabellón: un árbol invertido hecho en tanzas de cuyo extremo cuelgan monóculos.

¿Cuántos monóculos llegará a apreciar tal visitante antes de reparar en que todas contienen fotografías de arquitectura, mayormente europea, mayormente conocida, mayormente ya publicada?… ¿Dos?, ¿Tres?

La mayor emoción del pabellón de Uruguay sería ver una vista completa o fragmentada de la Ville Savoye con un solo ojo.

No escapa a quien estas líneas escribe que este comentario parece realizado con malicia, pero de las múltiples lecturas posibles de una propuesta, ésta no deja de ser una de ellas, tal como lo es mirar la propuesta efectivamente realizada, con el lente de “las estrategias de la vaca”.

Es distinto ser criollo a ser hijo bastardo, aunque a veces se parece.

Sentirse bastardo implica mirar con admirada envidia las realizaciones de un mundo donde no se tuvo la suerte de nacer. Intentar por todos los medios de que se sepa que uno pertenece a esa familia que no le reconoce. Desear pasar desapercibido en su malhabido nacimiento sudaca y mirar –aunque sea por un solo ojo—, lo que vería desde la ventanilla del tren si hubiera nacido en Londres, en la época del Grand Tour.

Podría considerarse simpática la inclusión de la experiencia viajera de los estudiantes de arquitectura uruguayos.

“Navegar es preciso” en todos los momentos de la vida. Poderlo hacer por tanto tiempo, con juventud y optimismo, no deja de ser una privilegiada zambullida en la cultura del mundo. Visión sincrónica y vivencial.

Pero mirar por el monóculo arquitectura fotografiada en un viaje o sacada de una publicación, no sólo es limitada y provinciana experiencia, sino que rebaja la inteligencia del viajero aludido a la sola y reducida capacidad visual frente a una estampa inanimada. Con un solo ojo –además–, minusválido hijo bastardo que recorre la lujosa sala familiar sin tocar, sin hacer, sin experimentar nada.

Personas de culturas diferentes construyeron en momentos diferentes el Uruguay que hoy, con inteligencia, se mostró al mundo en el pabellón de la XII Bienal de Arquitectura de Venecia.

Faltó la referencia contemporánea en términos de realizaciones presentes, es cierto. Pero volviendo al viaje de los estudiantes, aparte de las fotos que se traen, ¿existe una nueva arquitectura uruguaya creada a partir de tan valiosa experiencia?

¿Existen en la actualidad nexos reales que vinculen la realización profesional con el viaje de Arquitectura?—se preguntaría tal vez el inadvertido visitante.

Encontrar esos rastros posibles de identificar, sería quizás un buen tema para ilustrar la muestra de la próxima Bienal de Arquitectura, si se desea vincular los grupos de viaje con la arquitectura contemporánea.

Seguramente en ella podrían figurar las obras del equipo Fábrica de Paisaje, llamado a escribir una nueva página de la arquitectura nacional por mérito propio bien ganado.

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